Umberto Eco afirma en una columna publicada en el diario francés Libération que WikiLeaks es un escándalo "aparente" porque "sólo resulta tal frente a la hipocresía que rige las relaciones entre los Estados, los ciudadanos y la prensa". Sin embargo cree que el caso anuncia "profundos cambios a nivel internacional".
"El informante es perezoso, escribe Eco, y perezoso es también el jefe de los servicios secretos". "Entonces, ¿por qué las revelaciones sobre esos informes hacen tanto ruido?", se pregunta. Según él, este escándalo confirma algo ya sabido: que "al menos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, y desde que los jefes de Estado pueden comunicarse por teléfono o tomar un avión para encontrarse a cenar, (las embajadas) han perdido su función diplomática y, excepción hecha de algunos pequeños ejercicios de representación, se han transformado en centros de espionaje".
Pero, dice Eco, "el hecho de repetirlo públicamente viola el deber de hipocresía y sirve para colocar bajo una mala luz a la diplomacia norteamericana".
En cuanto a lo que llama "la naturaleza profunda de lo sucedido", Eco dice que a diferencia del Big Brother (Gran Hermano) concebido por George Orwell en una profecía que considera cumplida - la del el ciudadano convertido en víctima total del ojo del poder-, "cuando se demuestra, como ahora, que ni las criptas de los secretos del poder pueden escapar al ojo de un hacker, la relación de control deja de ser unidireccional y se vuelve circular". Y explica: "El poder controla a cada ciudadano, pero cada ciudadano, o al menos el hacker, puede conocer todos los secretos del poder".
Formula entonces la pregunta ineludible: "¿Cómo puede sostenerse un poder que ya no tiene la posibilidad de conservar sus propios secretos?". Aun cuando considera que en verdad los secretos develados son "vacíos" por tratarse de datos de dominio público como el carácter de ciertos jefes de Estado, "revelar, dice, como lo hace WikiLeaks, que los secretos de Hillary Clinton eran secretos vacíos significa quitarle todo poder". Su conclusión es que "WikiLeaks no hizo ningún daño a Sarkozy o a Merkel, pero hizo uno muy grande a Clinton y a Obama".
A futuro, cree el escritor, "los Estados no podrán ya poner en línea ninguna información reservada porque ello implicaría publicarla en un afiche callejero". "¿Cómo podrán mantenerse en el futuro relaciones privadas y reservadas?", se pregunta. Su profecía es que habrá una regresión a los métodos de antaño e imagina "a los agentes del gobierno desplazándose discretamente en diligencias por itinerarios imposibles de controlar, llevando sólo mensajes aprendidos de memoria, o a lo sumo, escondiendo unas pocas informaciones escritas en el taco del zapato". Guardar informaciones en copia única en cajones cerrados con llave será más seguro que confiarlas a la red ya que, finalmente, "el intento de espionaje del Watergate tuvo menos éxito que WikiLeaks".
"El informante es perezoso, escribe Eco, y perezoso es también el jefe de los servicios secretos". "Entonces, ¿por qué las revelaciones sobre esos informes hacen tanto ruido?", se pregunta. Según él, este escándalo confirma algo ya sabido: que "al menos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, y desde que los jefes de Estado pueden comunicarse por teléfono o tomar un avión para encontrarse a cenar, (las embajadas) han perdido su función diplomática y, excepción hecha de algunos pequeños ejercicios de representación, se han transformado en centros de espionaje".
Pero, dice Eco, "el hecho de repetirlo públicamente viola el deber de hipocresía y sirve para colocar bajo una mala luz a la diplomacia norteamericana".
En cuanto a lo que llama "la naturaleza profunda de lo sucedido", Eco dice que a diferencia del Big Brother (Gran Hermano) concebido por George Orwell en una profecía que considera cumplida - la del el ciudadano convertido en víctima total del ojo del poder-, "cuando se demuestra, como ahora, que ni las criptas de los secretos del poder pueden escapar al ojo de un hacker, la relación de control deja de ser unidireccional y se vuelve circular". Y explica: "El poder controla a cada ciudadano, pero cada ciudadano, o al menos el hacker, puede conocer todos los secretos del poder".
Formula entonces la pregunta ineludible: "¿Cómo puede sostenerse un poder que ya no tiene la posibilidad de conservar sus propios secretos?". Aun cuando considera que en verdad los secretos develados son "vacíos" por tratarse de datos de dominio público como el carácter de ciertos jefes de Estado, "revelar, dice, como lo hace WikiLeaks, que los secretos de Hillary Clinton eran secretos vacíos significa quitarle todo poder". Su conclusión es que "WikiLeaks no hizo ningún daño a Sarkozy o a Merkel, pero hizo uno muy grande a Clinton y a Obama".
A futuro, cree el escritor, "los Estados no podrán ya poner en línea ninguna información reservada porque ello implicaría publicarla en un afiche callejero". "¿Cómo podrán mantenerse en el futuro relaciones privadas y reservadas?", se pregunta. Su profecía es que habrá una regresión a los métodos de antaño e imagina "a los agentes del gobierno desplazándose discretamente en diligencias por itinerarios imposibles de controlar, llevando sólo mensajes aprendidos de memoria, o a lo sumo, escondiendo unas pocas informaciones escritas en el taco del zapato". Guardar informaciones en copia única en cajones cerrados con llave será más seguro que confiarlas a la red ya que, finalmente, "el intento de espionaje del Watergate tuvo menos éxito que WikiLeaks".
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