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Actualidad de la poesía – ENTREVISTA A Marco Ornelas
jUNIO, 2018
Actualidad de la poesía – Marco Ornelas
[La tradición poética mexicana es apasionada y controvertida. Como en la
mayoría de las tradiciones, es extremosa y prende los ánimos. Es un organismo
vivo en permanente mutación. Pese a lo anterior, no deja de ser un susurro en
las librerías, si bien cada año se publican propuestas significativas y hasta
temerarias. “Actualidad de la poesía” abrirá una vía de acceso a diversas voces
para asomarse a la escritura de ese género, desde la perspectiva de quienes ya
lograron cierto dominio en el oficio y, por lo mismo, son las voces que
sostienen el presente poético de nuestro país.
*
Marco Ornelas (León, Gto.,
México 1978). Poeta y ensayista. Obtuvo la beca: “Apoyo a los jóvenes
creadores (2001)”, del Instituto Estatal de la Cultura del Estado de
Guanajuato. Ha publicado
“El mito de Proteo. Ensayos sobre la autenticidad (2008)”. Obtuvo el “Premio
Estatal de Poesía León (2017)”. Recientemente la editorial ESN, publicó su
libro de poesía: “Aquí no es Neverland (2017)”. Cuenta con 9 publicaciones
(tres en antologías y seis de su autoría). Ha colaborado también para revistas
literarias nacionales.
*
—¿Por qué escribir poesía?
Poetizar: la más
inocente
de todas las ocupaciones.
Heidegger
Porque toda ideología es lenguaje, ergo
sum: conociendo —el funcionamiento
de la maquinaria de— el lenguaje
puedes “escapar” de la ideología. Escapar de la inautenticidad. Fugarse. Tratar
de huir del azar —si esto acaso es posible—. La
autodeterminación es la condición sine
quan non de lo humano. Hablar castellano es sólo un accidente. Quizá ahora
que lo pienso, rápidamente viene a mi mente el nombre de Samuel Beckett: el apátrida
de su lengua. El poeta es por antonomasia un deconstruktor. Claro, esto hace referencia directa al discurso de
Derrida, el maestro de los poetas contemporáneos. Para mí, poesía y filosofía
(lingüística, hoy) son sinónimos. Ante la equivocación de Platón de dividir la
filosofía y la poesía, María Zambrano vendrá a decirnos: “No se encuentra el
hombre entero en la filosofía; no se encuentra la totalidad de lo humano en la
poesía (Filosofía y poesía, FCE.
Segunda reimpresión 2001)”. Creo al igual que la filósofa española, que la
reconciliación se da en ambas. Wittgenstein fue uno de los primeros en
vislumbrarlo: el “Tractatus lógico Philosophicus”, es la gran obra poética del
siglo XX. Así como “Un coup de dés”, lo fue para el siglo XIX. “De lo que no se
puede hablar, hay que callar”. Un verso extraordinario. ¿Cómo negar que es casi
un alejandrino perfecto, que compite con los grandes versos de Quevedo, tanto
en belleza lingüística, como en profundidad filosófica? Un lingüista y poeta
peruano muy conocido, expresa mejor que yo este asunto sobre la búsqueda
personal de la voz poética, aunque en su caso, sea negándola, es decir; buscar la
extinción del “yo”. En un ensayo brillante escribe: “En defensa
del poema como aberración significante”. El discípulo de Chomsky, parte de tres
autores: Freud, Saussure y Lacan para defender su tesis sobre la creación de
poemas en la actualidad. Según el autor de “Llantos Elíseos”, fue Freud, quien
demolió con su libro: Tres ensayos sobre teoría sexual la teoría platónica de
que lo humano, desde el comienzo de las edades, fue dividido en dos mitades que
siempre están buscando unirse. Es decir, la pulsión primordial. El objeto de la
pulsión en el hombre es la mujer, y en la mujer el hombre; y el fin de dicha
pulsión es el coito. Esta es la tesis que Aristófanes expresó tan
elocuentemente en el diálogo “El Banquete”. Pues no, vendrá Freud a decir en
sus reflexiones a las desviaciones sexuales: que no existe ningún dato natural
que ligue la pulsión con el objeto. El primer capítulo de los Tres Ensayos
sobre teoría sexual trata sobre las aberraciones sexuales y es también una dura
crítica al discurso platónico —aristotélico—. Luego vino el lingüista Saussure, en
sus Tres cursos de lingüística general a decirnos sobre la pulsión de “langue”
que todos los seremos humanos tenemos, es decir; no es el lenguaje hablado el
natural al hombre, sino la facultad de construir una lengua. Así Saussure
estableció que el objeto de la pulsión de “langue” para un significante era el
significado. Y no vio el lingüista otro fin de la pulsión de “langue” que el
signo. Siempre estamos buscando un significado para cada cosa, aunque signo y
significado no tengan alguna relación inherente. Luego entonces: la lengua es
un sistema de signos que buscan significación, aunque esta sea arbitraria
porque es circunstancial al tiempo y al lugar. “El lazo que une el significante
al significado es arbitrario (Curso de
lingüística general, Losada, 1945, p. 53)”. Y es aquí donde Lacan hace su
entrada para elaborar su tesis saussureana de la arbitrariedad en su dirección
más radical; entendiéndola como indeterminación tanto del objeto como del fin
de la pulsión del lenguaje. El resultado es la teoría de la metáfora ―tan
asidua a los poetas, porque siempre están postergando la significación―. De lo
anterior concluye el poeta peruano, que la metáfora y la metonimia deben ser
vistas como las dos aberraciones de la significación porque el fin de ambas no
es el signo sino el desplazamiento. Por lo tanto, elaborar poemas hoy en día es
huir de la significación discursiva platónica y aristotélica ya superadas.
Me gusta ver
a la poesía y a la filosofía como oficios para ejercer la autenticidad. El
creador en la obra artística patenta su individualidad. El poeta es un buscador
de voz propia ―aunque en algunos casos sea negándola―. Por eso me dan una gran
ternura los poetas jóvenes que asisten a un taller de poesía, y ahí, les enseñan
a realizar ejercicios literarios parecidos a los del tutor, y después, sólo se
dedican a imitar sin reflexión alguna. La poesía es un ejercicio del
pensamiento. El oficio del poeta es lo opuesto a la imitación. Todo lo contario
de la inautenticidad en el decir. Para mí, escribir poesía es ejercitarse en el
pensamiento y lanzarse a buscar la voz personal. Hoy muchos poetas jóvenes lo
que buscan es sentirse parte del grupo, pertenecer a una moda. Eso es la poesía
para estos. Bien por ellos. Para mí la escritura es un acto solitario.
Parafraseando a Ortega y Gasset, considero que la poesía es intimidad con
nosotros mismos. ¿Qué trabajo más marginal existe hoy que el del poeta? Los
poetas son los nuevos cínicos del siglo XXI. Si Diógenes hubiera existido en
este inicio de siglo, seguramente no se masturbaría en la plaza pública como
otrora en la antigua Grecia, sino que leería poesía en ella, es decir, en las
plazas públicas (no en los bonitos recitales de poesía, o en los encuentros de
poetas auspiciados por el Estado). Un poeta puede morirse literalmente de
hambre si se radicaliza y sólo se dedica ejercer de poeta.
Escribo
poesía porque leo poesía. Me apasionan las vidas de los grandes poetas. Que
mejor novela que la vida de Edgar Allan Poe o Verlaine. Escribo poesía porque
me gustaría alcanzar un poquitito de la autenticidad que alcanzó San Juan de la
Cruz o Celan. He intentado escribir poesía desde los dieciséis años, he sido
rechazado de grupos, de editoriales, de revistas y sigo aquí; tengo que
reconocer que después de veintitrés años de escribir, si sigo aquí; intentando
escribir. Creo en el poder de la poesía ¿pero no sé en qué consiste eso?
Después de tantas lecturas: no sé qué es la poesía. Con los años, me he alejado
de las pretensiones. Al final lo que va quedando es la felicidad de leer poesía,
como escuchar jazz. Lo tragicómico de saberse dueño de un oficio que no sirve
para nada. Un trabajo que no es trabajo. El heroísmo personal de enfrentarse
libro con libro al fracaso. El orgullo de no renunciar.
A lo mejor escribo
poesía, porque al igual que un tipo de rock en extinción, considero que la
poesía es un camino para ir contra la perversidad del establishment. Una vía para ser tú mismo, lejos de la imposición.
Escribo poesía porque la mejor forma de destruir “el ego” es el fracaso. Del fracaso deviene la humildad. Escribe
Derrida: “No hay poema que no se abra como una herida”.
Como decía
Auden, “…la poesía es el lenguaje más personal, el más intimo de los diálogos
con el otro”, muy probablemente por esto también escribo poesía.
Escribo
poesía, quizá, porque no he superado la etapa metafísica de la vida (podría muy
bien decir Comte). Porque creo que con la poesía se puede dar algún tipo de
reconciliación con el mundo, con el otro, con la vida misma.
Leo poesía y la
escribo, porque me emociona. ¿Cómo olvidar aquellos versos de Dámaso Alonso que
leí por primera vez hace veintitrés años, y hoy siguen retumbando en mi memoria:
A veces en la noche yo me revuelvo y me
incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma.
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma.
—¿Cuándo sabes que el poema está terminado?
Entre poetas podrá sonar a cliché, pero para mí es un contundente
aforismo: “El poema no se termina, se abandona (Valery, dixit)”. Después de dejarlo reposar, el poema vuelve, despierta.
Toca la crítica y la revisión. Aquí muchos poemas en mi caso terminan su
existencia. Todavía me avergüenza contar que el editor José María Espinasa, me
regañó porque él fue el primero que conoció el borrador de “Aquí no es
Neverland”, y me comentó que estaba bien. Que no le hiciera correcciones.
Después de una segunda, tercera o cuarta revisión, le entregué el manuscrito
con 50 páginas. Es decir, quité más de 20 poemas. Tiendo a la compulsividad
crítica y a veces, me dijo el maestro Espinasa, eso también puede ser un vicio
de la escritura. La obra perfecta es la obra en blanco de la novela de Balzac.
Hay que abandonar el poema, porque el poema no termina.
—¿Se ha modificado el oficio de la poesía con los nuevos medios
digitales?
Para contestar esta pregunta citaré a Octavio Paz porque creo que es
quien mejor ha explicado estos tópicos:
Apenas si vale la pena detenerse en la utilización de los nuevos medios
de comunicación en la trasmisión de la poesía. Esos medios hacen posible, como
todos sabemos, la vuelta a la poesía oral, la combinación de palabra escrita y
palabra hablada, el regreso de la poesía como fiesta, ceremonia, juego, y acto
colectivo… la técnica cambia a la poesía y la cambiará más y más… Pero esos
cambios, por más profundos que nos parezcan, no la desnaturalizan. (La casa de la presencia. Poesía e Historia.
FCE. Obras completas I. 2014. México).
—¿Aún hay lugar para la realidad social y
política del país en el discurso poético? ¿Te interesa esa vertiente del acto
poético? ¿Aún es posible hablar de una poesía del compromiso social? ¿Eres un
poeta comprometido?
Debo confesar que durante algún tiempo me dediqué a estudiar a los
filósofos existencialistas. Por ahí, en el 2008, publiqué “El mito de
Proteo. Ensayos sobre la autenticidad”. En ese libro ensayé sobre la
posibilidad de la autenticidad en el mundo contemporáneo; la inestabilidad de
la vida actual, las exigencias que se nos hacen desde diferentes voces (digamos
de sirenas) y que son una tentadora invitación a enmascararnos. Hago referencia
a este asunto porque estos filósofos sean o no existencialistas, adentraron en
el discurso, la palabra de “autor comprometido (artista o poeta)” allá entre
los años 50 y 60´. Las figuras de Sartre y Camus podrían ejemplificar el modelo
de “autor comprometido”. Sartre por un lado apoyando el discurso de la URSS y
Camus por el otro criticándolo hasta el extremo de llevarlo a una polémica ya
celebré hoy. Creo que los dos lo hicieron con valentía y rigor argumentativo.
¿Quién se equivocó de estos dos filósofos? Creo que fue Juan Goytisolo el que
dijo que prefería equivocarse por su reflexión personal que hacerlo por
consigna. A este respecto el poeta José Emilio Pacheco en nuestro país escribió:
“Lo peor de todo es que la política nacional no ha ganado nada con la
participación de los escritores en ella y la literatura ha salido perdiendo (El ocaso de los poetas intelectuales y la
generación del desencanto, Malva Flores, Universidad Veracruzana)”. Quizá,
la pregunta sea: ¿Se puede ser un poeta comprometido en tiempos de mercaderes?
Creo que la crítica sigue vigente, que lo que le queda al autor comprometido es
la marginalidad. Cuando la crítica se hace desde la voz personal, lejos del
coro, para mí es la única válida. Antes de seguir al coro demagogo hay que
responder a las siguientes tres preguntas: “¿Quién lo dice? ¿Por qué lo dice?
¿Desde dónde lo dice?”. Muy probablemente el autor comprometido hoy en día sea
el marginal. En este sentido elijo la equivocación personal.
—¿Qué has encontrado en la poesía que no tienen otros géneros
literarios?
Puedo decir que me acerqué a la poesía (a la lectura, a la
escritura y al arte) a través de la música. No fui un niño lector, al
contrario, fui un lector bastante tardío (confieso, me hubiera gustado hacerlo
como muchos escritores: leer desde la infancia y perderme tardes enteras con
Salgari y Verne). Pero no, comencé a leer hasta la preparatoria, cercano a los
16 años, y te decía, fue porque disfruto en demasía la música y parafraseando a
Nietzsche, concuerdo con él: la vida sin música sería un error. Por lo musical y experimental
que puede tener este oficio. El inicio de un poema es una aventura.
—En la actualidad,
¿cuáles son los poetas que frecuentas?
Ahora que después de veintitrés años, al fin puede organizar mis libros
en libreros dignos y no en cajas (que hacen imposible la lectura). Leo poesía
de manera dispersa. Casi a diario escojo un libro de poesía de los que he ido
acumulando a lo largo de todos estos años. Ahora en este preciso momento estoy
releyendo a los Beats, gracias a la
antología de José Vicente Anaya, Los
poetas que cayeron del cielo, Aullido
de Ginsberg (en una edición de Anagrama,
bilingüe), Carroña última forma de
Lamborghini, L-A-N-G-U-A-G-E de Charles
Bernstein, Erdera de Deniz, Galaxias de Haroldo de Campos, Poemas para combatir la calvicie de
Parra, El pequeño libro de la subversión
fuera de sospecha de Jabes, En la
masmédula de Girondo, Seguimiento
de Zaid y siempre vuelvo a Vallejo.
—¿Se benefició la
poesía con las nuevas opciones para la autoedición, el libro electrónico o la
proliferación de editoriales independientes? ¿O le resultó contraproducente?
Por supuesto. He
encontrado verdaderas joyas en las editoriales independientes y bodrios en las
transnacionales y viceversa. Pero desde mi vocación de vicioso de la lectura
considero que si se benefició. Ahora lo difícil es encontrarse con el milagro.
—La violencia se
instala en la conversación diaria, incluso en su vertiente más radical. ¿Qué
puede encontrar el lector preocupado por la situación actual del país en tu
poesía? ¿Piensas en los lectores al abordar tu escritura?
Escribió el latino Terencio: Homo sum, humani nihil a me alienum puto (Soy un hombre,
nada humano me es ajeno). Escribo sobre mis preocupaciones filosóficas y
estéticas como una forma de diálogo interior. Mentiría si te digo que escribo
pensando en el lector. Como lector voraz que soy, con el paso de los años he
aprendido a exigirle más y más a mi escritura. A no preocuparme por la
inmediatez o el momento sino por la reflexión. Al lector lo respeto por
supuesto. En el medio literario es muy fácil caer en el oportunismo. ¿Cuántos
escritores hoy han caído en el panfleto? Freudianamente hablando mi escritura
consciente o inconscientemente es un resultado de mis circunstancias, del
tiempo y del lugar que hábito.
—¿Cómo fue el
proceso de escritura de Aquí no es Neverland (Voces y grafitis del orfanato)?
—¿Por qué elegir la escritura de un asunto como la orfandad, en realidad infrecuente
en la tradición mexicana?
“Aquí no es
Neverland” es un libro que tenía guardado. Un manuscrito que de repente me
obligue a reescribir cuando me avisaron que había sido seleccionado para el primer
Seminario Efraín Huerta en Guanajuato 2016,
en donde el tutor sería José María Espinasa. Con este texto tenía una deuda.
Desde que empecé a escribir poesía, lo juro, sin sonar a cliché, sabía que
tenía que escribirlo. El problema era que no sabía cómo, ni tenía las
herramientas para hacerlo. El libro circula sobre el abandono, sobre el Dasein diría Heidegger. La orfandad es
un tema filosófico más que sentimental. El hombre es el primer huérfano.
Encontrar el tono fue muy difícil. Respeto mucho a los poetas que ven la poesía
como un juego, como un arte libre de metafísica alguna, pero lo confieso, no
puedo seguir su discurso. Aunque disfruto mucho ese tipo de poesía, para mí,
los mejores libros de poesía son aquellos que me dejan noqueado. Puedo
disfrutar mucho la musicalidad de un poema que no dice nada, pero debo de
reconocer que mi búsqueda va por otro camino. Estos dos libros para mí
representan una iniciación: Hijos de la Ira
y El perseguidor, siempre he querido
escribir con ese tono, y quizá “Aquí no es Neverland”, es un intento fallido
por alcanzar ese tono metafísico existencial en la poesía.
—Has publicado
varios libros de poesía. ¿Cuál ha sido la respuesta de tus lectores?
Bien a bien no
sabría decirlo. Es verdad que los pocos libros que dejé en librerías de León,
al poco tiempo que regresé para cobrar me los pagaron inmediatamente. Es más,
un joven de una librería del centro de León, me dijo que le llevara más. No lo
hice puesto que los que llevé son los que me da la editorial como autor. Tengo
algunos pocos seguidores en mis redes sociales. Pero bien a bien, te decía, no
sabría cuál ha sido la respuesta de los lectores.