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lunes, 28 de junio de 2010

Rogelio Villarreal, una mirada crítica acerca de Monsiváis...

El bohemio y el poder
El Carlos Monsiváis que acaba de morir fue una persona para sus admiradores y lectores y otra para sus críticos, a los que muchas veces prefirió ignorar.
2010-06-26 Milenio semanal

Paz, la izquierda y el socialismo. Una de las más importantes discusiones intelectuales en el México contemporáneo fue la de Octavio Paz con Carlos Monsiváis en torno a la naturaleza de la izquierda mexicana y del socialismo realmente existente. La polémica, en la que no faltaron descalificaciones personales y largos monólogos, se desató a partir de una entrevista del director de la revista Proceso, Julio Scherer, a Paz, quien fue uno de los primeros críticos en México del totalitarismo soviético. En ella reiteraba su crítica al marxismo y al socialismo, que habían adoptado, según el poeta, una “expresión ideológica religiosa”. Carlos Monsiváis dijo que coincidía con las denuncias de Paz a la barbarie estalinista y a la usurpación de la burocracia del papel que le correspondía al proletariado, pero le reprochaba al futuro Nobel: “Para que la crítica a esas aberraciones tenga pleno sentido debe, si se precisa de autoridad moral, ir acompañada de la participación en el esfuerzo de construir ese socialismo verdadero y, si sólo se requiere honestidad intelectual, necesita ir acompañada de la evaluación (de ningún modo acrítica) de los grandes logros (...) La crítica de las deformaciones del socialismo debe acompañarse de una defensa beligerante de las conquistas irrenunciables”. El sociólogo Xavier Rodríguez Ledezma escribiría que la réplica de Monsiváis cojeaba “gravemente al argumentar la indispensabilidad de tener ‘autoridad moral’ para hacer la crítica del socialismo realmente existente; y peor aún cuando señalaba que ese peso ético únicamente se conseguía cuando el interesado se involucraba directamente en la participación por construir al socialismo” (en El pensamiento político de Octavio Paz. Las trampas de la ideología, Plaza y Valdés-UNAM, 1996). Monsiváis no solamente ponía en duda la autoridad moral de Paz, también lo acusaba de tener una “mentalidad autoritaria” y de querer tener razón en todo. Paz le reviró con la célebre sentencia: “Monsiváis no es un hombre de ideas sino de ocurrencias”, y además lo acusó de ser “un pepenador periodístico” pues, como escribió en sus “Aclaraciones y reiteraciones” (también en Proceso), “dedica su talento y no sé cuantas horas a la semana a hurgar en los basureros del periodismo para pepenar, por ejemplo en la revista Notitas Musicales, una declaración ridiculizable de una joven cantante, que él adereza con burlas y sarcasmos baratos, naturalmente sin firma. ¿Es ésta la ‘defensa beligerante de las conquistas irrenunciables del socialismo’?”. La polémica puede leerse en las ediciones de Proceso de diciembre de 1977 y enero de 1978.
En esa discusión también intervino el ex dirigente del movimiento estudiantil y escritor Luis González de Alba en su columna del diario unomásuno. El autor de Los días y los años se sumaba a las críticas de Paz a la izquierda mexicana, que por entonces se enfrascaba en la discusión de tonterías como la propuesta de Valentín Campa de expulsar del Partido Comunista a Diego Rivera, quien tenía 20 años de muerto... Más tarde González de Alba sería un agudo crítico de Monsiváis.
LA CULTURA EN MÉXICO: CÓMO DIRIGIR UN SUPLEMENTO CULTURAL
“Monsiváis es una persona olvidadiza, o ha tenido la suerte de reunir en su torno a mucha gente olvidadiza. Sus recuerdos del suplemento (La Cultura en México) casi nunca coinciden con los de quienes colaboramos con él cinco, 10 o 15 años. Varios han contradicho públicamente sus afirmaciones. Hay por ahí algún problema de deficiencia o de manipulación de la memoria”, escribió José Joaquín Blanco, uno de los más fieles ayudantes de Monsiváis en el suplemento fundado por Fernando Benítez (en “Los viernes de El Chico”, Crónica Dominical, núm. 111, 14 de febrero de 1999, suplemento del diario La Crónica de Hoy). “Nunca supe por qué Monsiváis”, sigue Blanco, “decidió rodearse, en lo político, de autores experimentados, ya profesores universitarios y hasta doctores, de renombre e influencia nacionales, y en cambio convocar para lo literario a puros jóvenes escasamente conocidos o de plano novatos (...) Sospecho que no deseaba rivales, compañeros de su nivel, sino discípulos dóciles”. Ante la novatez de los imberbes poetas y escritores Monsiváis se erigía como el gran conciliador: “Nos sentíamos a ratos manipulados o engañados y lanzábamos grandes gritos de guerra (...) Renunciábamos y nos apartábamos dos o tres veces por semana, aunque también dos o tres veces por semana retornábamos, tras la flauta de Hamelin de los telefonazos de Monsiváis. A veces nos cantaba al teléfono ‘Estrellita’ para disiparnos el mal humor”.
Monsiváis fingía renunciar al suplemento cada vez que los integrantes del consejo de redacción se atrevían a reclamarle algún procedimiento arbitrario o caprichoso. El consejo de redacción, según Blanco, fue un membrete del que Monsiváis se valía para lanzar críticas y denuestos anónimos o escudarse para vetar artículos y reseñas que se perdían o archivaban para siempre: “¡No puedo hacer nada, son unos energúmenos, unos enloquecidos!”, culpaba el fallecido escritor al novel consejo de redactores. Jamás permitió una crítica o cuestionamiento a Paz, Fuentes, García Terrés o los miembros de La Mafia. Durante los 15 años que dirigió el suplemento (de 1972 a 1987) “se limitaba a rumiar chismes, a fingir golpes de Estado que no duraban ni dos semanas, a armar berrinches y pataletas por el ‘excesivo culturalismo’ que se iba apoderando de lo que era, precisamente, un suplemento cultural”, termina Blanco.
El crítico de cine Jorge Ayala Blanco, colaborador del suplemento, también acusó a Carlos Monsiváis de “haber destruido a Jorge Arturo Ojeda, el mejor prosista de su generación”, y recuerda también aquellos años de poder omnímodo: “Durante 17 años aguanté las arbitrariedades de La Mafia (...) La Mafia llevaba las cuentas del PRI, de la embajada rusa y de la UNAM mediante la Imprenta Madero (...) Para La Mafia había personajes innombrables como los escritores Luis Spota, Ricardo Garibay o Elena Garro. (...) No podías escribir en ninguna publicación cultural si no pertenecías a La Mafia o eras tolerado por La Mafia. Todavía los restos de esa mafia son los que controlan; incluso las becas del Fonca son para quedar bien con los capos” (Fernando Ramírez Ruiz, “Jorge Ayala Blanco, forajido del viejo oeste cultural”, Milenio Diario, 15 de junio de 2008).
LA JORNADA SEMANAL
Fue el enojo de Monsiváis lo que ocasionó la salida de Roger Bartra de La Jornada Semanal, suplemento del diario La Jornada, el cual dirigió de junio de 1990 a febrero de 1995. Bartra se distinguió por su apertura y por la inclusión de ensayos críticos respecto de la cultura nacional y de traducciones de pensadores extranjeros. Un artículo de González de Alba (“El mundo según José Joaquín Blanco”, del que al parecer no existe versión electrónica) en el que enderezaba una dura crítica a la novela Mátame y verás (Era, 1994) de José Joaquín Blanco, causó el disgusto de Monsiváis, quien llamó a Carlos Payán, director entonces de La Jornada, para expresarle su inconformidad sobre la publicación de ese texto. Con el argumento de que el formato de revista de La Jornada Semanal salía muy caro y no era redituable en términos económicos para el diario, y por ello era necesario devolverle el antiguo tamaño tabloide que había tenido en sus orígenes, Payán le sugirió a Bartra que emprendiera la transformación del suplemento. Bartra no cayó en la trampa y, en cambio, prefirió renunciar. Monsiváis ganaba la partida.
LA LLAMADA IMPERTINENTE
Willebaldo Herrera es autor de numerosos libros de historia y crítica de la literatura mexicana. En Jorge Cuesta y la manzana francesa (Rimbaud, 2004) retoma la acerba crítica del poeta más radical de los Contemporáneos a la “identidad nacional” citada por Evodio Escalante en Las metáforas de la crítica (Joaquín Mortiz, 1998): “En México la nacionalidad tiene un sentido exclusivamente intelectual que no corresponde a la individualidad de una cultura ni a una necesidad de ella. Han sido penosamente estériles todos los esfuerzos por dar a la idea política de la nación mexicana una razón tradicional profunda”. A esta idea “el crítico progresista —se refiere a Monsiváis— responde con un discurso de franca cimentación nacionalista-revolucionaria”. “Disidente, disgregador, subvertidor de las verdades institucionales” son los adjetivos que Monsiváis le endilga a Cuesta, “movilizando los argumentos que hubiera empleado un ideólogo de la revolución mexicana”, de acuerdo con Escalante.
Autor también de Jorge Cuesta a fragmento abierto (Secretaría de Cultura/Gobierno del Estado de Puebla, 2001), Willebaldo Herrera remata en relación con la ambivalencia de Monsiváis con respecto al poeta al señalar, en su primer libro mencionado, las muchas inexactitudes biográficas en la antología que le dedicó (Jorge Cuesta, CREA, 1985). Entre varias más, por ejemplo, dice que la locura de Cuesta empezó en 1938 y luego que en 1940, además de los graves errores en la transcripción del Canto a un dios mineral y en otras fechas importantes. Cuenta Herrera que llamó a Monsiváis, a quien conocía desde la niñez, para hacerle ver esos descuidos y que el escritor, evidentemente molesto, sólo atinó a colgar el teléfono.

Andrés Manuel López Obrador entrega al escritor la presea al Mérito Ciudadano. Foto: Nelly Salas
DE LIBERALES Y OTROS PRÓCERES
Las herencias ocultas fue publicado en el año 2000 por la editorial del Instituto de Estudios Educativos y Sindicales de América, auspiciado por la Maestra Elba Esther Gordillo. Las herencias ocultas (de la reforma liberal del siglo XIX) fue reeditado en 2007 por Debate. El crítico Rafael Lemus escribió que “es la nueva pieza en su museo imaginario. Es, como objeto, un libro de 384 páginas, tres ensayos y siete ‘crónicas históricas’ sobre siete liberales mexicanos del siglo XIX. Su forma es fragmentaria; su estilo, el ya conocido. Mentiríamos si dijéramos que la obra despunta por un desusado rigor: no teoriza ni ofrece una sabia lectura del liberalismo ni es producto de una morosa investigación histórica. Antes que demorarse en una época y una ideología, el libro esculpe las figuritas de siete próceres mexicanos. Ése, su propósito: engordar el acervo del museo con la adquisición de un puñado de muñequitos heroicos. No son figuras realistas sino ejemplares, desprovistas de defectos y bañadas en bronce. No descansan en un rincón sino justo en el centro del museo, como homéricos padres de toda la cultura mexicana no católica. Si alguien resiente la tosquedad de las piezas, otro paseo por El Estanquillo puede ser aleccionador: Monsiváis envidia —y remeda, apenas puede— a los moneros” (en Letras Libres, julio de 2007).
2006
En defensa de Andrés Manuel López Obrador, Carlos Monsiváis no dudó en corear ante un Zócalo abarrotado de seguidores la consigna que convalidaba el supuesto fraude electoral. Pero ante la toma del Paseo de la Reforma por los obradoristas el escritor esbozó apenas una leve crítica: “En una ciudad tan frágil, tan convulsa y tan vulnerable, los bloqueos son inadmisibles. Las marchas y los plantones tienen toda la razón de ser, pero un bloqueo de esta naturaleza me resulta inadmisible ya que atenta contra los derechos urbanos de manera directa”.
El 2006 fue un año convulso y fueron millones de ciudadanos los que tomaron partido por uno u otro bando. Entre los intelectuales obradoristas Monsiváis fue uno de los más conspicuos, lo que le valió duras críticas de analistas y escritores como Luis González de Alba: “En el convite para la refundación del PRI, a cargo de López Obrador, gran número de intelectuales mexicanos desfilaron tras la bastonera Poniatowska y el tamborilero Monsiváis. ¿Cómo pudo tal patinazo ocurrir? Intentemos desbrozar el enigma”, escribe en “Erotismo, sexualidad e intelectuales” (Letras Libres, septiembre de 2006) a propósito de la numerosa cantidad de escritores, académicos y artistas seducidos por el ex candidato de la Coalición Por el Bien de Todos a la Presidencia.
“MEXICO PIERDE A SU PROLOGUISTA” — DIEGO PETERSEN DIXIT
Muchos de los enigmas y claroscuros en torno a la vida y obra de Carlos Monsiváis persistirán, seguramente, y otros serán develados con el tiempo. El cronista, ahora tan llorado, no fue santo de la devoción de muchos de sus contemporáneos ni de personas que trabajaron cerca de él y gozaron de su confianza y hasta de cierta intimidad. Malú Huacuja del Toro, por ejemplo, fue una de ellas. Escritora mexicana avecindada en Nueva York, en su novela Crónicas anticonceptivas (Cuadernos de El Financiero, 2006; puede verse un fragmento en http://cronicasanticonceptivas.blogspot.com/) ofrece pasajes que capturan a un Monsiváis muy alejado de la imagen bonachona y generosa que tiene de él la inmensa mayoría de sus admiradores y lectores. Monsiváis fue un personaje complejo al que debe leerse con ánimo crítico, como él mismo lo hizo con incontables autores desde sus primeras lecturas en la adolescencia. Lo más probable es que juicios tan inmediatos como “Fox ha sido el peor presidente de la historia de México”, entre un largo rosario, se olvidarán porque, como escribe Héctor Villarreal, no pudo haber sido peor que Gustavo Díaz Ordaz o Luis Echeverría (en “Monsimanía: una devoción anacrónica”, revistareplicante.com). “No puedo hacer un resumen de mi vida, porque está conformada por varias épocas y circunstancias, libros, amistades y pleitos, y eso, sólo admite resúmenes parciales”, dijo, con toda razón, Carlos Monsiváis. Rogelio Villarreal