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viernes, 5 de octubre de 2012

El amor en occidente



Dicen los expertos en historia literaria, que eso, a lo que ahora le llamamos “amor” en el mundo occidental, esa forma de relacionarnos con la pareja y tratar de ser uno solo, es solamente una invención cultural. No es algo inherente a lo humano, ni un don, sino que es pura literatura.
Amar o mejor dicho nuestra manera de amar “occidentalmente”, es un homenaje a las vicisitudes infortunadas y que tienen su origen en el Medioevo. Y quizá, ese homenaje sea en particular a la historia de Tristán e Isolda.
Según el pensador francés Denis de Rougemont “El amor feliz no tiene historia” aludiendo a la pareja mencionada arriba. La historia de esta pareja se dio en la sociedad cortesana y caballeresca de los siglos XII y XIII. Pero ¿qué representan Tristán e Isolda? El prototipo de que el deseo nunca llega a satisfacerse completamente. Que el amor es pura pasión, que nunca habrá culminación plena y que es en su mayoría sufrimiento. Que importa si la pasión nos conduce a la desgracia, ante todo hay que sentir (dirán más adelante los románticos). El amor es pasión.
Es curioso como esta forma de vivir el “amor”, que empezó como un código aristocrático, terminó siendo el común denominador para todas las clases en el mundo occidental. El amor visto así, se reduce a pura y llanamente atracción sexual. Será acaso este tipo de “amor” una ideología.
Establece Gilles Lipovetsky (en su libro “La tercera mujer”): “Poco a poco, a medida que retrocedía la costumbre de imponer un marido a las jóvenes, éstas soñaban con integrar el amor en su vida conyugal, aspiraban a mayor intimidad en las relaciones privadas, a oír hablar de amor, a expresar sus sentimientos”.
            La desgracia de Tristán e Isolda, es la de un hombre y una mujer que viven en adulterio. Tristán es huérfano y caballero. Debe cumplir con la tarea de llevar a la princesa Isolda ante el rey que ha de desposarla. Todo esto se suscita en medio de una tormenta donde los dos protagonistas beben por error el vino de hierbas destinado a los esposos.
De tal modo que después de beber se prometen amor y siguen con todas las instrucciones. Isolda y el rey se casan pero el vino de hierbas continúa del lado del caballero Tristán. El amor aviva el fuego a pesar de las prohibiciones religiosas y sociales hasta que el rey los encuentra en flagrancia. Por supuesto hay un castigo y luego también un perdón. Hay un arrepentimiento y luego otra vez la pasión. Después Tristán e Isolda toman caminos diferentes. El encuentra consuelo en otra mujer y ella obedece a su marido. Así pasa el tiempo hasta que Tristán es herido en una batalla y no se cura bien, y que a su vez alcanza también a su amada Isolda. Acaso no preferimos constantemente en materia de amor, aquello que nos daña pero nos vigoriza.
            De Tristán e Isolda les dejo este bello fragmento:
“VIII, EL SALTO DE LA CAPILLA
Por la ciudad, en la noche oscura, la noticia corre: Tristán y la reina han sido sorprendidos: el rey quiere matarlos. Ricos burgueses y gente humilde, lloran todos.
—¡Ay! ¡Bien podemos llorar! Tristán, barón intrépido, ¿moriréis, pues, por tan fea traición? Y vos, reina franca, reina querida, ¿en qué tierra nacerá jamás hija de rey tan bella, tan amada? Aquí tienes, enano jorobado, la obra de tus adivinanzas. ¡Que no vea jamás la faz de Dios quien habiéndote encontrado no hunda su venablo en tu cuerpo! Tristán, buen, amigo, querido, cuando Morolt, venido para arrebatar a nuestros hijos, tomó tierra en esta ribera, ninguno de nuestros barones osó armarse contra él y todos callaban como si estuvieran mudos. Pero vos, Tristán, vos habéis librado combate por todos nosotros, hombres de Cornualles, habéis estado a punto de morir por nosotros. Hoy, recordando estas cosas, ¿podemos consentir vuestra muerte?
Los lamentos, los gritos, suben por la ciudad, y corren todos al palacio. Pero es tal la cólera del rey que no hay barón lo bastante fuerte y arrogante que ose arriesgar una sola palabra para disuadirle.
El día se acerca, la noche se va. Antes de salir el sol, Marés cabalga fuera de la villa, al lugar donde acostumbra a celebrar sus audiencias y sus juicios. Manda abrir un foso en tierra y amontonar en él sarmientos nudosos y cortantes y espinos blancos y negros arrancados hasta la raíz.
A la hora prima, hace proclamar un bando para convocar inmediatamente a los barones de Cornualles. Se reúnen con gran tumulto; no hay nadie que no llore, excepto el enano de Tintagel. Entonces el rey les habló así:
—Señores, he hecho levantar esta hoguera de espinos para Tristán y para la reina, puesto que han delinquido.
Pero todos exclamaron:
—¡Juicio, rey! ¡El juicio primero, la acusación y la defensa! Matarles sin juicio es vergüenza y crimen. Rey, tregua y merced para ellos.
Marés respondió en su cólera;
—¡No! ¡Ni merced, ni tregua, ni defensa, ni juicio! ¡Por Nuestro Señor, que creó el mundo, si nadie osa aún requerirme tal cosa, arderá él primero en esta hoguera!
Y ordena que enciendan, el fuego y que vayan al castillo en busca de Tristán.
Los espinos llamean, todos callan, el rey espera…”

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