Jean Paul Sartre llamaba salauds (cerdos, en
castellano) a los actores de mala fe, es decir;
el hombre que evade su libertad y refugia su cobardía en normas ya hechas,
renunciaba a la autenticidad según el filósofo francés.
Por otro lado, y mucho tiempo antes de Sartre, y los
filósofos existencialistas, Giovanni Pico Della Mirandola (1463-1494) en su Discurso sobre la
dignidad del hombre, expuso lo siguiente:
“(...) Oh Adán, no te he dado ni un lugar determinado, ni
un aspecto propio, ni una prerrogativa peculiar con el fin de que poseas el
lugar, el aspecto y la prerrogativa que conscientemente elijas (…) No te he
hecho ni celeste ni terreno (...) con el fin de que tú, como árbitro y soberano
artífice de ti mismo, te informases y plasmases en la obra que prefirieses
(…)”.
Sin embargo, para el discurso freudiano (en el siglo XX) no
existe tal libertad, todo está predeterminado por los acontecimientos que vive
el ser humano en la niñez. El libre albedrío es
una mera ilusión diría Freud, en su discurso célebre en Viena. Según él, todo
queda registrado en el inconsciente, y éste, a su vez, influye de manera decisiva
en la vida del ser humano; por eso, para tratar de aligerar todos esos traumas
infantiles, Freud creó el Psicoanálisis. Además, distinguió el inconsciente en
dos grupos de elementos que lo integran: el Ello
y el Super Yo. El Ello está
constituido por energías, que, a manera de instintos reprimidos, actúan desde
el inconsciente como fuerzas, impulsos y tendencias que imprimen al sujeto una
determinada influencia. El Súper Yo, en cambio, es un conjunto de normas estrictas que se van adquiriendo
a lo largo de la educación. De lo anterior, Freud concluyó: que la conciencia
moral de todo hombre tiene su origen en esas normas introyectadas en el niño.
Por su parte, el pensador español José Ortega y Gasset, en
su libro Meditaciones del Quijote, sostuvo: Yo soy Yo y mis circunstancias y si no las
salvo a ellas no me salvo Yo. Como se puede observar, el filósofo ibérico
siguiendo la línea heideggeriana, apostaba por el “ser en el mundo”. La
libertad del hombre no es absoluta y abstracta, aparte de que está condicionada
a un espacio y tiempo determinado, y también, a una circunstancia concreta.
Según García Morente,
Martin Heidegger, superó los problemas del idealismo y del realismo,
demostrando que vivir es estar en el mundo, estar en el mundo es vivir (Lecciones preliminares de filosofía).
La vida del hombre, mi vida misma está en el mundo, se
encuentra con cosas, con personas, con objetos ideales, fluye en el tiempo; mi
vida es lo que todavía no es, mi vida es lo que va a ser, y al final del
peregrinaje, se encuentra también con la muerte. La vida del hombre, mi vida misma es acontecimiento,
acontecimiento que se va a dar en el mundo, y a la hora de darse en el mundo se
encontrará con un Tú y se
desenvolverá en el Nosotros. Por lo
tanto, ni la libertad condenada de Jean Paul Sartre, ni la predestinación de
los deterministas como Freud.
El “Yo” humano, la
vida humana es estar en el mundo; encontrarse con personas iguales, con objetos
―y objetos ideales―; con situaciones específicas y resolverlas, y al
resolverlas, crear valores. Encontrarse en un momento histórico determinado y
con una circunstancia dada, y al final, encontrarse también, con la senda de la
muerte y morir. En toda vida humana, en
mi vida misma, siempre habrá una historia bella y una historia trágica.
El hombre cuerdo
estableció Chesterton, en su Ortodoxia, “sabe que tiene un
poco de bestia, un poco de demonio, un poco de santo y un poco de ciudadano”.
Ni blanco ni negro, complejamente humano. El drama es el color de la humanidad.
Si la libertad
absoluta es una ficción, y si sólo tenemos la libertad condicionada, salvemos
nuestra circunstancia, y al salvarla nos salvaremos a nosotros mismos. El
hombre es un simple hacedor, pero bien puede transformarse en artista. Bellezas
humanas es lo que necesita el mundo. Los héroes universales han muerto. Si
nadie puede escudar su fracaso en el determinismo de “su destino”, seamos el
héroe de nuestra circunstancia. La vivencia humana no se puede encerrar en
conceptos, si uno quiere música melodiosa en su vida, tendrá que tocarla uno
mismo.
La metafísica hace la
pregunta ¿quién existe?, ¿qué es el ser? Pero las respuestas filosóficas son
personales; bien lo decía Gabriel Marcel: No
estoy asistiendo a un espectáculo, soy yo el actor. Las preguntas
esenciales debieran hacerse en primera persona: ¿quién soy yo?, ¿qué es mi
existencia?
Y si el hombre es una
complejidad, y esa complejidad está sujeta a un espacio y tiempo concreto; y si
nuestra circunstancia ya está dada, ¿qué es lo que nos queda? Elegir. El hombre es un hacerse superándose
(Gabriel Marcel dixit).
Si el nacimiento, la
familia y la patria ya nos ha sido dado, lo que nos queda, es de ahí en
adelante forjar nuestra obra eligiendo. La elección implica reflexión, quizá
renuncia y sin duda sufrimiento. La elección implica convicción, valoración; él
que está por elegir lleva a juicio todo: familia, patria, religión; todo
quedará sujeto a que pueda persuadir. El
pusilánime le tiene horror al comienzo; el héroe lo enfrenta y exclama:
¡autenticidad!
La autenticidad del
héroe deja atrás hábitos, costumbres, mitos y se encara a transformar, a darle
forma al cuerpo de su obra de arte. El que elige queda comprometido, el
comprometerse implica fidelidad, la fidelidad da unidad, la unidad da
permanencia. Él que ha conquistado el Yo de la autenticidad, ha parido la realización
del ser, y en ese momento el
espejo de su vida reflejará su Yo soy.